sábado, noviembre 24, 2007

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Dio vueltas y vueltas en la cama, esperando que las oscilantes sombras azules de los coches de policía aparecieran en su ventana, que alguien llamara pesadamente a su puerta y que una voz anodina y kafkiana ordenara a gritos: "¡Está bien, abra esa puerta!". Cuando al fin se quedó dormido, lo hizo sin darse cuenta, porque su pensamiento pasó de la meditación constante al desviado mundo de los sueños sin apenas interrupción, como un coche que sigue avanzando cuando se cambia de velocidad. Incluso soñando creyó estar despierto, y en aquellos sueños se suicidaba una y otra vez: se quemaba, se colocaba debajo de un yunque que había tirado de una cuerda, se ahorcaba, abría todas las espitas de la cocina a gas, se disparaba un tiro en la sien, se tiraba por la ventana, se arrojaba al paso de un autobús de la compañía Greyhound que avanzaba a toda velocidad, se tomaba un tubo de pastillas, se bebía un vaso lleno de desinfectante para el inodoro, se metía un recipiente de aerosol Glade Pine Fresh en la boca, apretaba el botón e inhalaba hasta que su cabeza se hinchaba y flotaba como el globo de un niño, se hacía el harakiri en un confesionario de St. Dom, confesando su suicidio a un atónito y joven sacerdote incluso en el instante en que sus entrañas se desparraman sobre el banco, ejecutando un acto de contricción con voz debilitada, rodeado por su propia sangre y los humeantes jugos de sus intestinos. Pero lo que veía con mayor nitidez, una y otra vez, era a sí mismo sentado tras el volante de la ranchera, acelerando un poco el motor en el garaje cerrado. Respiraba profundamente mientras ojeaba una revista de National Geographic, examinando imágenes llenas de vida en Tahití, en Aukland y en el Mardi Grass, en Nueva Orleans. Cada vez volvía las páginas con mayor lentitud hasta que el ruido del motor se desvanecía para convertirse en un lejano ronroneo y las verdes aguas del Pacífico lo inundaban cálidamente y lo arrastraban hacía sus profundidades plateadas.
"Carretera maldita" de Stephen King (Richard Bachman)